A cargo de Marina Recalde*
En ocasión de la visita de Marina Recalde a nuestra ciudad, se realizó una actividad de extensión de la EOL Antena Bahía Blanca junto con la UNISAL y el Instituto Superior Juan 23. El tema que nos convocó fue “¿Para qué sirve el psicoanálisis?”, pregunta simple al parecer, cuya respuesta pretende establecer cuál es la orientación y el fin de una cura psicoanalítica, para aquellos que no se encuentran familiarizados con este discurso. Por esto la conversación y esta reseña intentan, sin ahondar en conceptos duros o abusar de terminología lacaniana, esclarecer para qué sirve esta terapéutica, que no es como las demás.
Marina no duda en comenzar por Freud: “el psicoanálisis simplifica la vida”, la vida neurótica, esa vida difícil, embrollada, que atormenta y que, por momentos, se llena de angustia. Freud se dejó enseñar por las mujeres, por sus histéricas, las escuchó. Aparecían en ellas síntomas que no eran localizables por el saber médico, que no respetaban la anatomía del cuerpo, síntomas a los cuales les supuso una verdad, que se enlazaba a la sexualidad. Hoy parece más habitual suponer a algunas manifestaciones clínicas un sentido que no tiene que ver con lo orgánico, pero en la época de Freud sus teorías y práctica resultaron revolucionarias: sostenía que la vida “neurótica” estaba determinada por el inconsciente y éste entramado con la sexualidad, que no había instinto que indique qué hacer con el cuerpo ni con el otro sexo: para ésto habló de pulsión. Y, además, sostuvo que no estamos comandados por el yo consciente ni por la voluntad, ni siquiera por la búsqueda de nuestro propio bien: sino por un “más allá” que atenta contra lo que el sujeto dice querer: allí donde el yo dice que quiere una cosa, el sujeto hace otra, idea que refiere a su concepto de pulsión de muerte.
Marina destaca que Freud nunca le cerró la puerta a una nueva verdad, se dejó sorprender por lo que se encontraba en la clínica, y que, por esto, padeció “aislamiento intelectual”, fue osado y pagó un precio, al parecer estaba dispuesto.
Freud no se orientaba por un deseo de curar. La cura, para él, llegaría por añadidura. Sin embargo, en la cura psicoanalítica hay efectos terapéuticos, hay alivio sintomático. Serán diferentes a los efectos “analíticos”, los cuales suponen una relación diferente del sujeto con sus dichos. El analista puntúa e interpreta, para que el propio sujeto pueda escucharse. No es tan fácil escucharse, aquí se ubica, para Marina, el pasaje de “paciente” a “analizante “. Para referirse a esta idea Lacan utilizó los términos enunciado y enunciación, alguien quería decir algo, pero dijo otra cosa. ¿Qué quiere decir un sujeto más allá de lo que dice? ¿Por qué suponemos que, en las fallas de un relato, en los olvidos, en los traspiés, hay que detenerse? Porque allí aparece el inconsciente, esto fundamenta nuestra práctica. Además, la idea de “enunciación” se articula con la de goce, la experiencia de encontrarse con el inconsciente no aporta bienestar, sorprende, inquieta y tiende a ser rechazada, porque dice de la verdad del sujeto, de la verdad incómoda, lo que se dice más allá de lo que se quiere decir. Hay que estar dispuestos a responsabilizarse de los propios dichos, a soportarlos.
La especificidad del psicoanálisis es que no creemos que el sujeto esté bien en el bien, sino que se satisface en lo que le hace mal. Por esto sus síntomas resisten. El sujeto no entrega fácilmente su goce, bajo el cual se constituyó su neurosis y resiste: no puede parar de hacer algo que le hace mal. Dirá Marina que mejorar la posición del sujeto es nuestro deber. El analizante debe consentir a ceder algo de su satisfacción gozosa para lograr otro arreglo, otra solución neurótica menos padeciente, debe entregarse a la experiencia del psicoanálisis.
La neurosis es una solución, un arreglo, pero en algunos momentos esta solución empieza a generar sufrimiento de más y lleva a un sujeto a consultar: para ir al analista hay que sufrir por algo, aunque no se sepa bien de qué. Y necesitamos allí que el sujeto hable.
El psicoanálisis ofrece acceder a este hueso, por medio de la vía del sentido del síntoma. El ideal de “curar” es paradojal, porta su propia objeción: el sujeto no quiere curarse porque ese síntoma implica una satisfacción, de otro orden, podemos decir: inconsciente. El síntoma porta un goce y por esto perdura e insiste. Hay cosas que uno no sabe de uno mismo, hay que creer en esto para poder analizarse. El ideal del “autoconocimiento” (y de autorregulación) es una utopía.
Poder desprenderse de la ficción que cada uno se inventó da sentido al psicoanálisis, es su utilidad. El psicoanálisis sirve para hacer de la “condena” una marca, el destino no está escrito, “para eso sirve el psicoanálisis: para volver a escribir de otra manera, la propia”, atento a la responsabilidad de lo que uno hace con lo que le viene del otro. Sirve para hacer las paces con el progenitor que se inventó, y así, permite saldar viejas cuentas. Las marcas que vienen del otro resultan mortificantes y atrapan al sujeto en posiciones sufrientes, desprenderse de esa ficción da sentido a la experiencia del psicoanálisis. Según Marina, el psicoanálisis es “el único modo de hacer algo nuevo con lo que nos vino del otro”, sin orientarse por ideales; con la propia enunciación el analizante va a tener que escribir su propia vida, con la “chifladura” de cada uno. El sentido de la vida, por el que nos levantamos cada día y que le da su valor, lo escribe cada uno. Finalmente, el psicoanálisis servirá para poder armarnos una vida acorde a un deseo y no a un padecimiento.
*Marina Recalde es analista miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Directora ejecutiva del Instituto Clínico de Buenos Aires.
Obra de Julieta Cantarelli