¿Para qué sirve el psicoanálisis?

Obra de Julieta Cantarelli

¿Para qué sirve el psicoanálisis?

Poco antes de morir, Sigmund Freud fue entrevistado por la BBC [1]. A mi juicio, una entrevista preciosa, que además de que deberíamos releer de tanto en tanto, para la actividad de hoy viene como anillo al dedo.

Allí, Freud nos dice que “el psicoanálisis simplifica la vida. Adquirimos una nueva síntesis después del análisis. El psicoanálisis reorganiza el laberinto de impulsos extraviados y trata de volver a enrollarlos al carrete al que pertenecen. O, para cambiar la metáfora, provee el hilo que conduce a un hombre fuera del laberinto de su propio inconsciente.”

Y agrega: “el psicoanálisis nunca le cierra la puerta a una nueva verdad (…) La vida cambia y el psicoanálisis también cambia, estamos sólo en los comienzos de una nueva ciencia.”. “Sin embargo, le repito, estamos solo al comienzo. Yo soy únicamente un iniciador. Tuve éxito en sacar a la superficie monumentos enterrados en el sustrato de la mente. Pero donde yo he descubierto unos pocos templos, otros pueden descubrir un continente.”

Como vemos, muchas cosas para decir y mucho para pensar.

Por un lado, el psicoanálisis simplifica la vida. Estoy totalmente de acuerdo. Esto no quiere decir que la vida sea simple. Esto quiere decir que el psicoanálisis la simplifica. Podría arriesgar: simplifica la vida neurótica. Es esa la vida que es difícil. La neurótica. Nos la embrolla, nos angustia, nos atormenta.

Por el otro, la apuesta al porvenir: “yo soy únicamente un iniciador (…) donde yo he descubierto unos pocos templos, otros pueden descubrir un continente”. Sin entrar en la megalomanía, sigamos su consejo y al menos empecemos a explorar algún que otro templo a ser descubierto. Porque como él mismo dice, el psicoanálisis cambia. La vida también.

Hace muchos años Sigmund Freud daba un paso en soledad, pero no sin otros. Durante años padeció un aislamiento intelectual a causa de su osadía, pero esto a la vez le dio ventajas: podía dedicarse a estudiar e investigar lo que le placía, sin dar cuenta a nadie de sus elucubraciones. Descubrió la etiología sexual de la neurosis, la sexualidad infantil y se dejó enseñar por esas mujeres sufrientes que comenzaron a frecuentarlo. Y es con una de ellas, Emy Von N., con la que pondrá a punto su invento: el psicoanálisis.

Con Lacan la cosa fue distinta. Fue él quien propició el retorno a Freud ahí donde él mismo ubicó que se había perdido la brújula. Ese fue su retorno a Freud. Y es lo que lo llevó a decir “sean ustedes lacanianos, yo soy freudiano”.

Con un discurso subversivo (como lo fue el freudiano también) en relación a un saber filosófico, psiquiátrico y psicológico. ¿A qué Freud retorna Lacan? El psicoanálisis post freudiano se había convertido poco a poco en una buena técnica de adaptación del individuo enfermo a la verdad del analista sano. Es decir, un yo enfermo que ignora y sufre y un yo sano que cura y sabe.

Nada de esto es lo que entendemos por psicoanálisis.

Habrán escuchado mil veces decir “la cura viene por añadidura” “El psicoanálisis es una terapéutica que no es como las demás” … ¿Qué quiere decir esto?

En principio, no nos orientamos por el deseo de curar. Esto es fácil de decir, pero no tan fácil de sostener. Ni en la práctica ni en el discurso social. Si no cura, ¿para qué sirve entonces? Freud indicaba que había que ocuparse de psicoanalizar, que la cura iba a llegar por añadidura. Es decir, no es un fin en sí mismo. Pero, por añadidura, llega.

Para Lacan, es una terapéutica, que no es como las demás, pero es una terapéutica al fin. Es decir, que los efectos terapéuticos forman parte de un psicoanálisis. No hay que desdeñarlos en absoluto.

Un psicoanalista interpreta. Pero para poder hacerlo, tiene que escuchar. Es decir, hacer un lugar al deseo de ese tal o cual en las curas que dirige.

El Otro al que se dirige un sujeto que sufre (en principio, para poder empezar a analizarse, hay que sufrir de algo. O sufrir, sin que se sepa exactamente de qué) ese Otro no es más que el medio por el cual el sujeto se escucha. Esto es lo crucial. Que el sujeto, además de ser escuchado, se escucha. Y escuchar lo que uno dice, más allá de lo que quería decir, no es sin consecuencias. Si no las tiene, no es más que retórica.

Es por eso que Jacques-Alain Miller va a decir en una ocasión que el Tú lo dices es el enunciado mayor de la interpretación. Inclusive habla del señor Tulodices. Y que eso da al sujeto la ocasión de escuchar sus propios fonemas o tomar distancia de lo que dijo, abriendo en la palabra un espacio nuevo del sonido y del sentido.

De antemano, podemos decir que un psicoanálisis serviría para todos. En parte es verdad, se puede ofrecer a todos. Ricos y pobres, cultos e incultos, psicóticos y neuróticos, aburridos y divertidos, obsesivos re obsesivos, histéricos súper histéricos, fóbicos recontrafóbicos… Que se ofrezca no quiere decir que a veces no haya sujetos con síntomas que son refractarios al tratamiento psicoanalítico.

Pero eso es imposible saberlo de antemano. No nos manejamos con ningún criterio a priori para decir que no al encuentro con un psicoanalista. Si será eficaz o no, lo sabremos después, una vez transitada la experiencia.

Me voy a servir de una frase de Miller que me encanta: el objeto psicoanalista (vean que no dice persona) es asombrosamente versátil, disponible, multifuncional, si puedo decir.

Frase maravillosa que da cuenta de que si el psicoanalista “sabe ser objeto, no querer nada a priori por el bien del otro, no tener prejuicios en cuanto al buen uso que se puede hacer de él, ve el registro de las contraindicaciones (a un tratamiento psicoanalítico) reducirse asombrosamente, hasta el punto de que la contraindicación se decide, entonces, caso por caso”[2]

Cuando un sujeto llega al consultorio de un analista (donde quiera que éste esté situado), traslada al otro “lo que tiene en la cabeza, lo que se decía a sí mismo”[3]. No porque no haya muchas cosas que uno dice a otros antes de acudir a un analista sino también está lo que no se le dijo nunca a ninguna otra persona. Inclusive a uno mismo. Pero eso no sucede espontáneamente. Hay que hacer un forzamiento.

Ese forzamiento produce lo que llamamos una formalización. Es decir, tiene lugar una “transformación radical, puesto que se pasa de una ausencia de forma a una forma(…)En el curso de las primeras sesiones, la masa mental de lo amorfo se distribuye en elementos de discurso. El solo hecho de que ustedes inviten a quien tienen enfrente a hablar hace que su amorfo mental adopte la estructura de lenguaje. Y cuando eso no se produce, es muy inquietante. A veces ocurre, por el contrario, en una forma apresurada, vacilante, como si esta masa no hiciera sino esperar esta ocasión de dividirse, repartirse y comunicarse. El dibujo que surge entonces está condicionado, al menos en parte, por la dirección, por el destinatario”[4]

Evidentemente, se trata de hacer algo con esa masa mental donde se sitúa lo amorfo pero que incluye en ella una morfología que habrá que extraer o, mejor dicho, producir.

¿Y de qué está hecha esta masa mental? Lacan mismo nos da una pista cuando se interroga en El Seminario 1 [5] sobre la naturaleza de la transferencia.

Y nos cuenta una historia que a su vez relató Balint. Se trata de un señor que fue a consultarlo, a punto de analizarse, pero no se decide a hacerlo. Vemos cómo ya Lacan nos prepara la atmósfera de obstáculo en este estar “a punto pero…”. Es decir, al estar a punto hay que ayudarlo para dar ese paso y sortear el “pero”.

El señor en cuestión, antes de verlo a Balint, visitó a varios analistas y cuando llega a Balint le cuenta lo mismo que venía contándoles a los analistas anteriores: una historia muy rica, muy complicada, con muchos detalles de sufrimiento. El hombre se va, vuelve a la segunda cita, y otra vez con la misma cantinela. Y Lacan subraya una intervención crucial de Balint (a quien critica teóricamente pero eso no impide llamarlo un práctico excelente y rescatar esa intervención que le permite sortear la llamada contratransferencia. Recordemos que es en este seminario donde Lacan ubica la contratransferencia como la imbecilidad del analista, lo que merecería todo un trabajo aparte).

La intervención crucial de Balint que Lacan destaca es “Es curioso, usted me cuenta muchas cosas muy interesantes, pero debo decirle que no comprendo nada de su historia”.

Y aquí sucede lo mejor. El señor consultante se relaja, sonríe y le dice: “Usted es el primer hombre sincero que encuentro; ya conté todas estas cosas a varios colegas suyos, quienes vieron en ellas enseguida el indicio de una estructura interesante, refinada. Le conté todo esto como un test, para ver si usted era, como los otros, un charlatán y un mentiroso”. Increíble. Más allá de las características de este buen señor, algo allí quedó al descubierto. Y este buen señor, lejos de enojarse, consiente a este “touché” que buscaba desde el comienzo.

Entiendo aquí el peso de lo amorfo de la masa mental con que cada quien se presenta. No sólo el señor que fue a verlo a Balint. Ni la encantadora paciente de la que Lacan va a hablar inmediatamente en este seminario, que habla y habla y habla para no decir nada, reafirmando que en todo encantamiento está el miento que habrá que despejar. Y es el analista (nuevamente Balint) quien pone el dedo en la llaga y produce el giro decisivo al señalarle algo que la paciente no quería decir y que venía tapando contando cualquier cosa. Giro decisivo que Lacan situará en tanto y en cuanto esta muchacha consigue finalmente comprometerse en el análisis.

Entonces,el peso de lo amorfo de la masa mental está presente en cada quien que se presenta, lo que por supuesto nos incluye como analizantes. No estamos exentos de ello, ya que en el diván todos somos analizantes. Y no poder hacer de eso amorfo una morfología, se vuelve un obstáculo crucial en las curas que dirigimos.

Si tomamos alguna definición por fuera de nuestro campo, vemos que lo amorfo por ejemplo es un sólido cuyas moléculas no están dispuestas en una red cristalina, sino en una distribución cualquiera, sin seguir ninguna estructura. Y por ejemplo en la mayoría de las sustancias amorfas, formadas por macromoléculas que ya presentan una alta viscosidad en la masa fundida, al enfriarse se vuelven tan inmóviles que ya no pueden obedecer a ningún ordenamiento.

Si me permiten jugar con esta definición, llegamos al punto en donde, para evitar que lo amorfo –en nuestro caso mental- se enfríe y rigidice, tenemos que hacer algún forzamiento precisamente para introducir un ordenamiento ahí donde todo está, en principio, inmóvil. Forzamiento del lado del analista y también forzamiento del lado del analizante.

He aquí la cuestión. Distribuir lo amorfo en elementos de discurso. Precisamente para lograr que este amorfo mental “adopte la estructura de lenguaje”. Bello modo milleriano de retomar allí lo que Lacan va a matematizar como histerización del discurso. Es decir, para poder volver una forma lo amorfo, para poder formalizar en un discurso eso que permite que lo amorfo ceda lugar “a la articulación de elementos individualizados que de este modo revelan ser trazables”, es que le toca al analista no comprender. No quedar atrapado, él mismo, en las redes del sentido que nos enredan en un blablabla sin mayores consecuencias que dejar todo como está. Perdidos nosotros mismos en esa maraña amorfa, dejando el goce intacto, condensado.

Y entiendo es en este punto en que Miller va a situar precisamente que el inconsciente responde al efecto de extimidad que engendra la formalización de lo amorfo: estaba en mí y sin embargo me era desconocido. Es decir, estaba. Solo había que ponerlo sobre la mesa. Y creo que aquí pueden presentarse –y de hecho se presentan- muchas veces los obstáculos, más en esta época. Cómo hacer que esa masa amorfa adopte la estructura del lenguaje, ahí donde el sujeto resiste a implicarse con su propio decir. He ahí nuestro mayor desafío.

Laurent Dupont, nos lo dice de un hermoso modo: “ si uno no experimenta el inconsciente por sí mismo, no está en análisis. Para estar en análisis, hay que haber experimentado el inconsciente. ¿Qué es la experiencia del inconsciente? Es la experiencia del enigma que se es para sí mismo”[6]. En eso estamos.


(*) Fragmento de la presentación realizada en Bahía Blanca, el día 2 de septiembre, en la UNISAL y el Instituto Superior Juan 23, Bahía Blanca, Argentina.

NOTAS

  1. Entrevista a Sigmund Freud hecha por George Sylvester Viereck, “El valor de la vida”, Revista de psicoanálisis 67, Buenos Aires, 2010
  2. Miller, J.-A., “Contraindicaciones al tratamiento psicoanalítico”, en Revista El Caldero de la Escuela 69, Buenos Aires,
  3. Miller, J.-A., Sutilezas analíticas, curso de Jacques-Alain Miller, Buenos Aires, Paidós, p.111
  4. Miller, J.-A., Sutilezas analíticas, op.cit
  5. Lacan, El Seminario, Libro 1, Escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós,
  6. Dupont, L., “La verdad se pinta los labios”, en Revista La Ciudad analítica 5, publicación del ICdeBA, “Verdad”, Buenos Aires, 2023

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