Introducción: Los niños y la tormenta
Un acontecimiento atípico tuvo lugar el 16 de diciembre del 2023 en la ciudad de Bahía Blanca. Algo que quedará en la memoria de sus ciudadanos como “el día de la tormenta”. Ese día, la desmesura de un temporal inusual para la región, provocó la muerte de varias personas y destrozos materiales de grandes proporciones.
Si bien es cierto que las catástrofes climáticas se han vuelto una cuestión probabilística y predecible, no se pudo anticipar la magnitud de este fenómeno, que dejó en su rastro, las secuelas de una devastación. La vida gira y resiste, pero cuando la tragedia aparece, las representaciones caen en picada hacia el abismo. El día después de un evento como este, se amanece tropezando entre palabras, que intentan adueñarse de alguna significación. Las horas avanzan agotándose en suspiros interminables. Para muchos las pérdidas fueron irreparables, para otros se reconfiguró la intimidad de una cartografía. Este suceso abrió un paréntesis que aún no se cierra.
La tormenta fue una, aunque no la misma para cada cual. Pero algo cobró el valor de lo común, “el miedo de los niños”. Sobre esto orientaré este escrito.
Angustia, miedo y fobia
“Cuando un niño dice “tengo miedo”, se cava el agujero del miedo. Por la boca del niño el miedo dejó oír su voz de angustia. Pronto tal vez llegue a decir su nombre porque la bestia del miedo tiene varios” (Roy)
Esta cita de Daniel Roy señala que, cuando el miedo hace su aparición, la angustia ha rozado el cuerpo del niño. El miedo es un tratamiento de la angustia, ya que esta última, cuando se manifiesta, es desestructurante por su valor ominoso. El miedo se produce ante la manifestación de algo o alguien que puede ser señalado, sobre eso puede decirse, se lo puede nombrar, por lo tanto tiene una localización. La angustia en cambio, es lo que no puede representarse ni nombrarse, pero que afecta el cuerpo, en este caso, el del niño, ya que se trata de la aparición de un exceso, que sacude y que desestabiliza. Esta desmesura, se instala allí como tapón de una falta, o también podemos decir, se cuela en el lugar de una ausencia preciada y fundamental. Sin ese espacio vacío, que ordena y organiza la escena del mundo, el motor del deseo, no logra otra respuesta más que dimitir. Darle nombre al miedo, es ya un recurso frente a lo que desestructura y desborda.
La fobia en cambio, no está reducida al miedo, sino que es una “elucubración de saber” (Miller) sobre este. La fobia es como “un cristal significante,” (Lacan, 2002), una formación del inconsciente con un número limitado de significantes, de los cuales el niño explora todas las permutaciones posibles. (Miller) . Si el miedo declina en fobia, estamos ante la presencia de un síntoma, es decir se ha producido un arreglo, una solución a lo disruptivo de la angustia. La fobia presta nuevas coordenadas, límites, bordes. Los niños hablan y construyen ficciones y también dicen a través del juego, del dibujo y otros recursos. Esto construye una trama de sentido. Cuando el miedo se instala, los padres, los hermanos, los familiares, los maestros, los referentes del niño etc., realizan variados intentos para conseguir domeñar esos temores. Lo hacen muchas veces apelando al superyó, y/ o también a través de la invocación al ideal. Quienes ofrecen sus enseñanzas a los niños, les donan un mundo de representaciones, que claramente, no logra alejar la sombra del miedo, aunque si recubren y velan, de a ratos, ese pozo oscuro y temible que puede abrirse cuando el pánico aparece. Los niños se servirán de esos relatos, de esas palabras, del gesto amoroso de quien las repite, encontrarán en ellas un abrazo de letras que alivia y consuela. La reconstrucción del sentido también es fundamental en la clínica con niños. Quienes ejercemos nuestra práctica desde una orientación psicoanalítica, intentamos causar la aparición de un saber hacer propio, con lo que irrumpe y desbarata en cada uno de ellos. Con ese objetivo nos acercamos a los niños e intentamos caminar al ras de sus síntomas, lo más cerca de su conformación original (Miller). Cuando las respuestas de los adultos significativos no alcanzaron a recubrir en los niños el agujero que abrió, en este caso, el temporal, las demandas de atención se dirigieron a los especialistas y también a los analistas. La escucha de estos últimos, insiste en una orientación precisa hacia el factor infantil, más allá de los semblantes y del ideal, esto es lo real. De esta manera se intentará propiciar la aparición de un síntoma, algo que de manera contingente, la tormenta pudo dejar al descubierto, para cada niño en su singularidad.
La instalación de un tiempo de ver : dispositivo grupal “el viento nos amontona”
La práctica del psicoanálisis en el ámbito público, está enmarcada en coordenadas que no son las mismas que las del consultorio. ¿Cómo poder pensar la acción lacaniana en instituciones de salud pública? ¿Cómo dar lugar a la demanda del amo sin renunciar a la especificidad de la práctica?¿ Cómo introducirnos una y otra vez en los problemas de la ciudad? No hay respuestas unívocas para estos interrogantes. Hay si, la construcción con otros, cada vez. En los días posteriores a la tormenta, fue prioritario instalar un tiempo de ver, como alternativa ante la demanda de soluciones pret a porter que surgían desde las familias y también desde las escuelas. Bajo la premisa de instalar una pausa, que nos permitiera reconfigurar los tiempos que la urgencia se había llevado por delante, es que pensamos un taller, al que se bautizó bajo el nombre: “el viento nos amontona”. Este tuvo lugar en el museo del puerto “Ferro White”. Fueron tres encuentros, los que introdujeron un freno a la prisa por volver a la normalidad. Una consigna: Detenernos, para poder encontrarnos, y conversar. ¿Qué nos pasó? ¿Podremos reconstruir el relato de la tormenta desde la microscopía del detalle que para cada uno fue singular? No se puede rebobinar esa película que se echó a rodar para cada uno, al momento de la irrupción de la tormenta . La exactitud del hecho siempre se manda a mudar, en tanto tal. Nos queda así, el recurso a la ficción y a la creación. En ese espacio que supimos armar, los adultos y los niños quedaron homologados en el intento de dar un sentido a lo ocurrido. Los primeros, se contaron a través de una narrativa, en la que fueron el objeto de la devastación, y sujetos contrariados de la reconstrucción. Los niños por su parte, se dibujaron, se modelaron y se reinventaron en diferentes personajes, pero también desplegaron las figuras y los escenarios del horror. En la infancia algo de otra sustancia diferente a la palabra, se filtra a través de los juegos y las diversas producciones, los niños intentan garabatear lo arrojado en el silencio. Los miedos inventaron su disfraz y desfilaron en un corso grotesco, como en el antiguo carnaval. Los miedos, perdieron el miedo de entrar en los circuitos de lo dicho, orientándose hacia una enunciación sin igual. Estamos aún en tiempos de ver, de escuchar, de intentar saber, ya habrá tiempo para comprender y para intervenir si el malestar insiste en abroquelarse y persistir.
Del dicho al cuento: lo que quedó atrapado en el cristal
El modo de transmitir esta experiencia se nos volvió cuento. En el intento de recolectar los dichos de los niños, alentamos la aparición de los relatos. Ellos se hicieron escuchar y ello resonó allí. Fuimos entonces, detrás de las palabras, las recogimos, las escribimos, las mezclamos y ahora las compartimos. Esto también fue un modo de hacer con la propia tormenta.
Este cuento fue escrito a partir de lo que los niños que asistieron al taller, pudieron decir sobre la tormenta:
“A cada uno, su tormenta”
-¿Entonces como seguimos con todo esto?; -nos parece una buena idea armar el cuento del miedo y la tormenta, empecemos:…-había una vez una tormenta-…- no, no! Es mejor decir había una vez un miedo!- no, de ninguna manera, eso no es así de sencillo! Mejor comenzar diciendo: Había una vez muchos miedos distintos, a todas las tormentas distintas que pasaban siempre de un modo parecido, aunque nunca igual, por esta ciudad que poco tiene de Blanca pero mucho de espuma de mar. Ahí viven Juan, Sebastián, Tomas, Florencia, Mateo, Lolita y tantos chicos más, que un día vieron, o mejor dicho, escucharon, o me parece que también les contaron, que unas nubes negras,…- no, no! No eran nubes negras! eran amarillas!, -No, no!!Eran como un tornado!- no fue así!!,el tornado era un remolino que estaba en el mar, en el agua y se tragaba todo.!-… – Ahhh Siii?- …- yo no vi nada de eso, solo escuché que había ruido!- si!!!yo también escuché el ruido!! Era el viento que golpeaba fuerte en las ventanas!!-…- No, no!! En mi casa se escuchaba como un aullido en el árbol de la vereda.-…- No, no era un aullido, era ruido de una tierra fuerte!!-…- Yo ahora lloro con las tormentas-,… -yo también-…, -yo lloro con la lluvia y me retan-… -En mi casa se caían cosas contra el techo, me parece que eran piedras grandes como un fútbol!!-… -yo estaba preocupado por mis mascotas, las hice entrar y nos abrazamos en el pasillo de mi casa toda la tormenta-… -A mi se me empezó a volar el techo y mi papá que es chiquitito y no tiene el cuerpo grande como yo, se colgó para que no se volara y mi mamá me obligó a quedarme debajo de la mesa, pero yo quería ayudar a mi papa porque el es chiquitito-… -Mi mamá estaba trabajando el día de la tormenta, y yo lo único que pensaba es que iba a crecer el mar, y se la iba a llevar, no tenía teléfono porque se había cortado, y yo no sabía nada de ella, de repente, vi como se volaba el tinglado de mi vecino, yo solo pensaba en mi mamá!-….-Yo no le tengo tanto miedo a la tormenta, pero si a la oscuridad, en mi barrio se robaron los cables y no teníamos luz, mi hermanita se asusta mucho, pero yo me quedo con ella para que se pueda dormir, y todas las noches me parece que alguien va a entrar a robar, pero ahora igual, me hacen apagar la luz, pero yo sigo teniendo miedo, aunque no lo digo porque mi hermanita tiene mucho más-…-a mí tampoco me dan tanto miedo las tormentas, y si me da miedo que alguien me espíe por la ventana, voy a armar un refugio con plastilina, por si viene una tormenta y voy a cerrar con vallas todas las ventanas y me voy a quedar ahí adentro, para que nadie me espíe-…-yo antes, le tenía miedo a las matemáticas, ahora también al ruido de las tormentas-…-Y ahora yo no quiero ir a la escuela si está nublado-… -y yo me asusto mucho con el viento…!!-y yo no quiero que mi mamá se quede sola-…-y yo si estoy jugando en la canchita y veo unas nubes me vuelvo corriendo a mi casa!-…-yo me construí un refugio en la cucheta, la rodeo de frazadas y si escucho viento me meto ahí adentro!- yo no quiero tener tanto miedo-…-y yo tampoco-…-ni yo-…y yo y él, y nosotros, y ellos… todos concernidos por la tormenta! y colorín colorado este cuento aun no ha terminado.
Claudia Helena Zito
- Lacan. (2002). Escritos 1. Siglo XXI.
- Miller, J. A. (s.f.). El niño y el saber. En M. y. otros, El miedo en los niños. Grama.
- Roy, D. (s.f.). un niño dice tengo miedo. En Los niños y los miedos. Paidos.
Obra de Juan Ignacio Valenzuela