A diferencia de lo que ocurre en ciertas profesiones o disciplinas, en nuestra práctica la formación carece de objetividad. Como lo recuerda J. A. Miller, ningún diploma puede garantizar la competencia de un analista. Nadie, ni siquiera los psicoanalistas podemos decir qué es el psicoanálisis como tal o que es el psicoanalista como tal. En el lugar de esa garantía que no hay, a partir de ese agujero en el saber, surgen entonces el análisis personal, el control de la práctica y el estudio de los conceptos psicoanalíticos como los tres puntos en los que Freud basó la formación del analista, de los cuales podemos servirnos como practicantes para orientarnos en nuestro quehacer. Si de dicha ausencia de garantía se desprende el principio lacaniano según el cual el analista de autoriza de sí mismo, no obstante, no lo hace solo, sino con algunos otros a los que se enlaza por transferencia.
El control de la práctica participa entonces, junto con los otros dos pilares, de esta responsabilidad ética que, al no estar regulada, no la torna obligación sino deseo.
Vamos al control, nos dice Miller, no porque estemos obligados sino porque lo deseamos, a partir de un “no sé”. Lo que origina una demanda de control suele ser del orden de la dificultad, del obstáculo que se presenta en la conducción de una cura, en un momento dado. Se trata cada vez de buscar despejar aquello que está en juego y que más allá de la forma que tome en la demanda puntual, tiene que ver con el real que anida en el corazón de nuestra práctica, y respecto del cual el control orienta y se orienta.
Preservar allí ese real de cualquier respuesta de saber estandarizado, solución técnica o regla de procedimiento permite hacer del control el lugar donde alojar y tratar el caso como único, extrayendo en el detalle, su punto singular. Lo cual no es sin interrogar la posición del analista en la transferencia, es decir, el lugar desde el cual opera. A esa posición Lacan la llamó deseo del analista, dándole un lugar central en lo que hace al problema de la formación.
Si el deseo del analista emerge de la experiencia del propio análisis, el control es el lugar donde podrá producirse su rectificación, su corrección [1]. Constituyéndose en el instrumento que permitirá cada vez la calibración de dicho deseo, funcionando como brújula allí donde se producen sus tropiezos en las vicisitudes de su advenimiento.
Una orientación:
A pocos años de iniciada mi práctica del psicoanálisis solicito un control por un caso que llevaba pocos meses de curso, pero que desde el inicio se desarrollaba en una franca transferencia negativa. Lo que me llevaba, era una duda diagnóstica, al tiempo que me preguntaba por qué este paciente venía, una y otra vez, a desestimar el dispositivo y por supuesto mi lugar allí. Esperaba encontrar en el control algunas respuestas a estas preguntas junto con alguna “estrategia” que permitiera cambiar de valor el signo transferencial. Ya en el control, relato que debido a que cada cosa que yo decía era rechazada de plano por este sujeto, no sin cierta suspicacia, me encontraba cada vez más en silencio. Entonces me escucho decir: “quedo acorralada”. La analista del control ubica este punto que pone en evidencia cómo el sujeto desborda el deseo del analista.
En su último seminario, Lacan refiriéndose al deseo del analista se pregunta de qué modo opera. Dice: sería totalmente excesivo decir que el analista sabe de qué modo operar. Lo que sería necesario es que sepa operar convenientemente, es decir que pueda darse cuenta de la pendiente de las palabras para su analizante[2]. Para lo cual es importante que no se enrede con las palabras propias. Esas que en este caso tuvieron sus vueltas en el propio análisis pero que al ser localizadas en el control permitieron reorientar y soportar la posición en la transferencia para maniobrar desde allí.
Miller, en una intervención en París, en el año 2011, introduce el término “efecto-de-formación” [3] para destacar que no hay automatismo de la formación analítica, que esta carece de mecanismos, que está abierta a la sorpresa, a la contingencia, a lo imprevisto. Una política sin estándares, pero no sin una ética orientada por el deseo y lo real, lejos de cualquier estandarización.
Así como hay sesiones inolvidables, interpretaciones inolvidables, también hay creo, es al menos mi experiencia, controles inolvidables. Ocurren cuando ese efecto-de- formación al que hace referencia Miller, tiene lugar.
Mariana Li Fraini
NOTAS
- Lacan habla de la “corrección del deseo del analista” en El discurso en la Escuela freudiana de París.
- Lacan, J.: Seminario 25, Inédito, clase del 15/11/77
- Miller, J.-A.: Para introducir el efecto de formación, Revista Consecuencias N°5
Obra: Vacíos habitados, de Juan Ignacio Valenzuela