En el encuentro del 25 de septiembre por las Noches de la Orientación Lacaniana, en la EOL Antena Bahía Blanca, las colegas Gabriela Ascenzi y Claudia Zito, tomaron a cargo para el trabajo cuatro capítulos (del 18 al 21) del curso de J.-A. Miller “Del síntoma al fantasma. Y retorno.”
Se introduce la distinción entre psicoterapia y psicoanálisis, tomando para ello la perspectiva de los efectos terapéuticos sobre los singulares puntos de urgencia de quienes consultan. Cuestión que plantea desde siempre la problemática respecto de cómo consideramos la práctica teniendo en cuenta la tensión entre psicoanálisis puro y aplicado. ¿Cómo pensar los efectos terapéuticos que efectivamente suceden con la puesta en forma del dispositivo analítico? El objetivo de otros abordajes terapéuticos se centra en curar el padecimiento desde una mirada asistencial. El profesional a quien se acude responde con un conocimiento previo que pone en marcha mediante técnicas diversas. Ese saber puede operar tanto sobre el alivio del malestar corporal, como también maniobrar con el sufrimiento anímico, obteniendo resultados terapéuticos. En los comienzos de una cura psicoanalítica el alivio del síntoma tiene el estatuto de efecto. Tomando el esquema del grafo del deseo, Miller ubica que con la dirección de la queja del paciente al analista, se puntúa el s(A), se produce una alivio casi inmediato frente al efecto de significación sobre el síntoma. Miller señala, en este punto, cierta cualidad sugestiva de la mejoría a nivel subjetivo. No obstante, decir que aquello que se busca obtener en un psicoanálisis no es del orden de la desaparición del síntoma, nos sitúa en el otro piso del esquema, donde el goce le confiere al síntoma otro estatuto. Es decir, implica ir más allá de los efectos terapéuticos, o sea, más allá de los efectos de verdad del síntoma. Esto, precisamente, da cuenta de la posición del psicoanálisis respecto de los tratamientos cuya única meta es dar sentido al padecimiento.
Siguiendo la lectura del curso de Miller, se tomó la distinción entre sujeto y paciente. En el dispositivo psicoanalítico se tratará de diversos “atravesamientos”. En un principio de la enseñanza de Lacan, el primer franqueamiento es respecto de la relación imaginaria, para que el sujeto asuma su verdad como sujeto dividido por el significante. Este primer movimiento en una cura puede resultar en un alivio del padecimiento para quien consulta. En este sentido, Miller dice que el sufrimiento está a nivel del narcisismo. Y ubica allí al paciente, que sufre, a nivel del yo. Por el contrario, el sujeto, mientras se vehiculiza su funcionamiento significante, encuentra en eso mismo un bienestar.
Ahora bien, teniendo en cuenta los desarrollos posteriores de Lacan, el sufrimiento no puede decirse que se registre solamente como proveniente de un cuerpo en su faceta imaginaria. Así, hablar de goce del cuerpo permite reubicar al sujeto que sufre también a nivel del objeto a. Así, el fantasma fundamental permite un funcionamiento que mantiene al goce a cierta distancia, posibilidad misma del sujeto deseante. El sufrimiento estará en relación al goce que encierra todo síntoma.
Por último, se aborda el término estabilización en la psicosis para nombrar, en dicha estructura, al efecto en relación a lo terapéutico. Miller retoma el caso Schreber para situar cómo el fantasma psicótico y el empuje a la mujer pueden servir para hablar de estabilización del sujeto. A su vez, podemos encontrar en Lacan a la altura de su Seminario 3 que, una identificación que él llama imaginaria, permitió ser una solución para Schreber hasta sus 51 años, momento del desencadenamiento de su enfermedad. Miller agrega que para la estructura paranoica la identificación al significante La mujer tiene efectos de estabilización: “ser la mujer que le falta a los hombres”.
La lectura del curso continúa con algunas precisiones sobre la función del fantasma en la psicosis. Siguiendo el caso Schreber, Miller presenta al fantasma “sería hermoso ser una mujer que está sufriendo el acoplamiento” como un modo de elaboración del sujeto en paralelo a la solución que encontrará con la metáfora delirante. Convertirse en la mujer de Dios es el resultado a modo de delirio de dicho trabajo subjetivo, y permitirá una estabilización. Los efectos de alivio se desprenden de este tratamiento del goce. Por medio del fantasma primero y de la solución delirante después, el lazo al Otro se apacigua.
Asimismo, tomando la perspectiva del síntoma en la psicosis, es posible decir que es vivido por el sujeto como exterior, el síntoma es del Otro. Esa certeza se observa en los momentos de productividad de los fenómenos elementales. El instante de perplejidad es correlativo de la asunción por parte del sujeto de una significación enigmática. Eso que viene de afuera le concierne, y le está dirigido aunque todavía no sepa su significado. La metáfora delirante viene al lugar de una respuesta. Frente a la falta del significante que nombra al falo en la psicosis, la solución delirante actúa como reemplazo del Nombre del Padre.
Por último, en su trabajo, las colegas desprenden algunas conclusiones respecto de lo psicoterapéutico en la estructura psicótica. Partiendo de la idea de que la psicosis es una defensa frente a un goce sentido por el sujeto como externo y pesadamente invasivo, la pregunta por el uso de la sugestión plantea una interesante discusión. Así, la acción de un analista podrá ir en la vía de acompañar el armado de un imaginario, ubicar algunos puntos de basta, siguiendo a su vez al sujeto en su elaboración de un sentido que alivie, o estar atentos en la escucha para orientar en el encuentro con modos de invención propios. Y también, no despreciar aquella fórmula que nos coloca como secretarios del sujeto, tomando nota de las soluciones que vaya encontrando. Buena manera de decir sobre la versatilidad del deseo del analista, puesto a prueba más que nunca cuando se decide no retroceder frente a la psicosis.
Obra de Julieta Cantarelli