¿Qué enseña la clínica con niños al psicoanálisis?

¿Qué enseña la clínica con niños al psicoanálisis?

Mi experiencia como analizante se inició tempranamente en la adolescencia, incluso mucho antes de entusiasmarme con las lecturas de S. Freud o J. Lacan. Supongo que fue ese buen encuentro con un analista, lo que instiló en mí el deseo por la práctica analítica con niños y el deseo por el psicoanálisis. Así que mis primeros pasos como practicante se dieron juntos, de la mano de esa clínica y de ese deseo.

En conexión con este encuentro, siempre me gustó la referencia al lugar del analista, como alguien que tiene la oportunidad de dar otras respuestas al sufrimiento de un sujeto, respuestas alternativas -vía el amor de transferencia- a las del Otro primordial.

Al hablar de clínica con niños, creo que conviene subrayar que tiene sus particularidades. Una de ellas indica que el Otro, no es sólo un lugar simbólico en la estructura, sino que está encarnado la mayoría de las veces en lugares reales, que implican un poder de decisión real sobre el sujeto niño, un poder con el que habrá que maniobrar.

Entonces, retomando la pregunta, ¿Qué enseña la clínica con niños al psicoanálisis?

Lo primero que se me ocurre, es que enseña fundamentalmente a no comprender.

Es regla general en la consulta por niños, que hay un Otro que habla por él: los padres, la escuela, la justicia, la medicina. Otros tejen una trama discursiva, – deseante en el mejor de los casos- sobre ese niño. Pienso que es allí donde se juega la primera ocasión para no comprender. El practicante escucha, registra esos dichos, los aloja, para luego caso por caso, verificar cuál será la incidencia de ellos en ese sujeto niño.

Nuestra ética como analistas, nos compele a estar abiertos a la sorpresa de lo que ese sujeto niño llevará al espacio de análisis como respuesta singular. No se trata de otra cosa que lo que la orientación lacaniana sostiene como responsabilidad subjetiva, que implica suponer al niño como un sujeto de pleno ejercicio[1].

La responsabilidad subjetiva comporta esencialmente el decir que sí o el decir que no, el consentimiento o el rechazo (…) en el decir que sí o decir que no, hay más que una simple presencia o ausencia. Hay el decir “que”. Este decir “que” determina la existencia del sujeto.[2]

Sostenemos entonces, que el sujeto niño trae un saber, que está en conexión con el goce que lo habita. Será tarea del analista situar lo real en juego para cada sujeto niño, y permitirle una experiencia de lectura sobre su malestar, para construir un nuevo arreglo, uno mejor.

La cura psicoanalítica, que es una experiencia de lectura, debe permitirle al niño leer lo real de las ficciones: cómo se inscribió él mismo en el malestar en la civilización, cómo escribió su propio malestar, cómo hizo agujero en el mismo, y cómo mantiene cierta relación con él. [3]

Otra particularidad de esta clínica, es la permeabilidad del sujeto niño, a la intervención del analista. J.A. Miller lo explica al señalar que en el niño no está tan definitivamente establecido lo que Lacan llamaba el sinthome, que es un ciclo de saber- goce que se desencadena a partir de un acontecimiento en el cuerpo [4].

El niño pareciera estar más cercano a lo real y menos embrollado de lo simbólico, ese dato de estructura podría darnos cierta ventaja a la hora de intervenir con él.

Es así como a veces, los efectos de las intervenciones en los casos de niños parecen mágicos. En consonancia con lo dicho anteriormente, hay algo en el ciclo de saber- goce que no está aún definido o hay un margen mayor de maniobra sobre este. Si el practicante está atento a escuchar y se sabe hacer partenaire-síntoma en el juego que el sujeto niño le presenta, podrá torcer sentidos que porten un goce mortificante.

Otra pista interesante que nos da la clínica con niños es la idea del analista como instrumento, destacando la función de uso que puede tener para el sujeto.

J.A. Miller lo dice así, al referirse a la clínica con niños: el con “es un con instrumental”. [5] y agrega que con el sujeto niño el analista está obligado a tomar más iniciativas. En este sentido creo que la práctica analítica con niños siempre ha sido para el psicoanálisis un lugar de invención y de vanguardia.

Ese sesgo instrumental, no deja de evocar la condición de versatilidad que convendría al practicante, siempre anudada a los múltiples usos singulares que cada sujeto le atribuya cada vez.

Para terminar, quisiera tomar dos referencias del psicoanálisis a la poesía.

S.Freud, acerca la posición del niño con la del poeta y se pregunta : “¿No deberíamos buscar ya en el niño las huellas del quehacer poético? La ocupación preferida y más intensa del niño es el juego. Acaso tendríamos derecho a decir: todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio, o mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada.”[6]

J.A.Miller dice en un esfuerzo de poesía, “la poesía -diremos en esta perspectiva- es el uso del significante con fines de goce, es decir, un uso del significante que se distingue de otro: el uso del significante con fines de identificación[7]. En el capítulo acción lacaniana avanza hacia la idea de utilidad indirecta de la sesión analítica, y volverá a la poesía para decir que “poesía significa que no me preocupo por la exactitud, que no me preocupo por la concordancia de lo que digo con lo que los otros creen, ni tampoco con lo que puedo transmitirles, la sesión de análisis es un lugar donde puedo despreocuparme de lo que es común” [8].

Poniendo en diálogo ambas citas, creo que tanto el niño en su quehacer lúdico y la poesía como modo particular de uso del significante con fines de goce, pueden enseñarnos en tanto practicantes del psicoanálisis y enriquecer al discurso analítico. En tanto practicantes, nos enseña a hacernos guardianes de un vacío, y en tanto al discurso analítico a estar advertidos que éste debiera operar resguardando la noción de un saber que está agujereado, que puede decirse, no-todo.

Lorena Labastía


NOTAS

  1. Miller J-A. y otros: Los miedos de los niños, Buenos Aires, Paidós, 2017. pag 24.
  2. Miller J.A. Los signos del consentimiento. Psicoanálisis con Niños, los fundamentos de la práctica. Grama Ediciones, 2006.
  3. Daumas, A.: La dignidad del niño analizante, Buenos Aires, Grama Ediciones, 2018.
  4. Miller, J.-A El niño y el saber. Carretel 11, Bilbao 2012.
  5. Miller, J.-A.: Interpretar al niño en Revista Lacaniana Nº18. Publicacion de la Escuela de la Orientacion Lacaniana. Buenos Aires, Grama, 1015 pag 36.
  6. S.Freud, El creador literario y el fantaseo”. Obras Completas tomo IX. 1908.
  7. Miller, J A, Un esfuerzo de poesía, Paidos. Bs as 2016 p.209
  8. Ibid. 6. P. 160

Obra de Juan Ignacio Valenzuela

Anterior La Dora de Cixous – Una puerta cerrada al sentido