Síntoma y angustia
Algunos síntomas actuales generalizados como pánico, vértigo, palpitaciones o ansiedad etc., testimonian el cambio de una época; ya no siguen la clasificación estándar heredada de la psiquiátrica clásica al desplegarse como irrupciones de goce fálico, sin articulación a la verdad inconsciente ni tampoco ubicables como fenómenos elementales típicos. Incluso se presentan en la clínica psicoanalítica como fenómenos inespecíficos entre neurosis y psicosis, -sin contar con una dirección de la cura establecida-, cuya característica común es la emergencia de la angustia.
A diferencia del planteo del seminario diez, donde Lacan distinguía síntoma de angustia, (tal como aparecen diferenciados en el cuadro de la angustia);[1] en el escrito La tercera, síntoma y angustia se superponen en la irrupción de goce fuera-de-cuerpo: la angustia es “el síntoma tipo de todo acontecimiento de lo real”.[2]
El porvenir de lo real o la angustia de los psicoanalistas
A pesar de su manifestación angustiante, el sentido del síntoma depende del porvenir de lo real. La cuestión analítica no está en los múltiples sentidos del síntoma (que proliferan su subsistencia), sino el porvenir de lo real, que depende del único sentido del síntoma: “se interpone para impedir que las cosas marchen”.[3] Si hay síntoma, el psicoanálisis prosigue, si desaparece, fracasa.
Cuando hay un acontecimiento de lo real, el síntoma generalizado es angustiarse. Sin embargo, “la angustia es algo completamente fútil y cobarde”.[4] Lo que anda es el mundo y lo real es lo que no anda; por esto, al ocuparse de lo real es necesario que los analistas estén extremadamente acorazados contra la angustia.[5] E incluso, acentuando su posición, Lacan mencionó en un reportaje: “no me encuentro ni entre los alarmistas ni entre los angustiados. Infelices los psicoanalistas que no hayan superado el estadio de la angustia”.[6]
La angustia por los efectos de la ciencia y el sentido religioso
En su expansión social capitalista, las evidencias científicas son tomadas en su utilización tecnológica ilimitadamente, generando un real desbocado, con rebotes de angustia hasta en los mismos científicos (curiosamente, anticipando la pandemia mundial, el ejemplo de Lacan, en 1974, es la infección por el virus y las bacterias). La ciencia tiene en sus altares a los laboratorios y comienza a tener miedo de su sombra.[7]
Desde luego, la angustia no es sólo de los científicos sino también de cada uno, ante la emergencia de lo real sin freno, por los efectos de la ciencia; sin embargo, siempre llegan los refuerzos de las disciplinas del sentido con el amplio manto de un ordenamiento universal, la espiritualidad o cualquier forma de armonía religiosa. En efecto, la cura del síntoma está del lado de la religión, que fue pensada para aliviar a los hombres; es decir, “para que no se den cuenta de lo que no anda”.[8]
La religión cristiana nació dando un sentido a las cosas que antes eran naturales; por esto, la verdadera religión es dar sentido a lo real y una manera de hacer que todo funcione, según el plan de Dios: “interpretará el Apocalipsis de San Juan y hallará una correspondencia con todo con todo”.[9] El vaticinio de Lacan sobre el triunfo de la religión cristiana, protestante etc. sobre el psicoanálisis, se debe a que: “lo real se extenderá y la religión tendrá entonces muchos más motivos aún para apaciguar los corazones”.[10] En definitiva, si la ciencia o la religión ganan, el psicoanálisis está acabado.[11]
Una cuestión ética: preservar el síntoma
Cuando está a la altura de la subjetividad de la época, el analista habita el mundo tecno-científico sin la cobardía angustiosa, ni el consuelo del sentido o la candidez de la rebeldía. Frente a la reducción a cifra de los seres humanos, las armas bacteriológicas, la segregación creciente fuera de discurso, las manipulaciones genéticas etc., el psicoanalista deja las puertas abiertas del consultorio para alojar aquello que manifiesta un “no funciona”.
La cuestión fundamental del psicoanálisis es un planteo ético profundo, sobre cómo preservar el síntoma y a la vez hacer un tratamiento del mismo. El psicoanálisis no busca restaurar la soberanía, ni curar los síntomas del omnipresente neoliberalismo, sino ofrecer el dispositivo mismo para el surgimiento de un amor, que permita a cada uno hacer algo con el síntoma ya separado de la angustia. Sin el ideal terapéutico ni la idea de eternidad y permanencia, sino partiendo de falta fundamental de la no-relación sexual -y más allá de las estructuras clínicas-, el analista apunta a atemperar el goce sufriente fuera-de-cuerpo, para que el síntoma pueda funcionar en conexión con el goce de la vida.[12]
NOTAS
- Lacan, Jacques. La angustia. Paidós. Pág. 12
- Lacan, Jacques. La tercera. Rev. Lacaniana N°18. Grama. Pág 18
- Lacan, Jacques. La tercera. Pág.16
- Lacan, Jacques. El triunfo de la religión. Paidós. Pág 74
- Lacan, Jacques. El triunfo de la religión. Pág 76
- Lacan, Jacques. 1974. Entrevista en la revista Panorama. Lacaniana N°22. Pág. 16
- Lacan, Jacques. 1974. Entrevista en la revista Panorama. Pág. 14
- Lacan, Jacques. El triunfo de la religión. Pág. 86
- Lacan, Jacques. El triunfo de la religión. Pág. 81
- Lacan, Jacques. El triunfo de la religión. Pág. 79
- Lacan, Jacques. 1974. Entrevista en la revista Panorama. Pág. 14
- Lacan, Jacques. La tercera. Pág. 29
Obra de Julieta Cantarelli